Estética, democracia y decadencia: Una mentira recurrente
El 4 de julio de 1776 tuvo lugar uno de los primeros y más importantes cambios que azotaron el mundo conocido, tras 8 largos años de guerra 13 colonias desafiaron a un imperio proclamándose a sí mismas como una república federal, abanderando el concepto de democracia y asegurando la libertad a sus ciudadanos, así como igualdad de cara a la justicia. Unos conceptos que más tarde la burguesía francesa recogería para reconvertir Europa asentando las bases teóricas de las democracias que hoy conocemos.
Cabe considerar que la democracia no es una idea moderna o de nuestro tiempo, la antigüedad de su palabra alcanza y se cierne sobre la Grecia clásica, donde Clístenes de Atenas sería el primero en formular los primeros principios de la misma, apareciendo como una estricta promesa y deber que traía al pueblo el poder y la capacidad de decisión política, idea que en su momento se ofreció como solución a las desigualdades materiales entre los atenienses. Esta idea, este concepto que comenzó de manera arcaica y se olvidó con el devenir de los siglos, surgió con un matiz moderno durante el s XVIII. Bajo nuevas definiciones como ha pasado siempre a lo largo de la historia, esta palabra adoptó no un nuevo significado, sino que utilizó una imagen diferente.
Lo que en la antigüedad tenía una estética de sabios y era una obligación de los hombres libres, se forjó nuevamente como un derecho de facto, algo universal de lo cual tienen que gozar todos los hombres, indistintamente de su procedencia o estatus.Estos principios universales pusieron fin al Antiguo Régimen, dio paso a la paulatina extinción de la esclavitud y también al sufragio uiversal femenino, pero aunque a priori esta idea pueda parecer deseable y necesaria para una convivencia social sana, un examen exhaustivo sobre ella puede arrojarnos luz sobre la aplicación y recurrencia de la la idea.
En primer lugar podremos advertir que quien ha conseguido dominar los entresijos de su cultura, se ha valido de una estética ya fuera para vanagloria una victoria o honrar a sus dioses y dirigentes, extensos ejemplos existen de esto, como los arcos del triunfo construidos por los romanos o las pirámides erigidas por los egipcios, todos estos elementos corresponden a una época concreta y tienen una estética concreta que las diferencia las unas de las otras y la idea de democracia no queda exenta de esto, pues no solo ha cambiado de manos y de color desde la revolución francesa, ha ido adaptándose sigilosamente a los intereses de quienes han podido aprovecharse de ella.
Desde 1920 hasta el 91, la idea de democracia cambió, se transformó variando su aspecto, desde la esvástica, reconocida por muchos como la marca del mal, pasando por la hoz y el martillo hasta banderas que a priori sólo representan a la nación, como la de Estados Unidos. En definitiva, si hiciéramos un paseo a lo largo de la historia del arte podríamos entender por ejemplo, que las representaciones de santos y escenas del apocalipsis den las iglesias entre los siglos del XII al XVI no son un mero adorno, pues estaban dirigidas a aquel pueblo que no sabía leer y tenía que ser temeroso de Dios. Creo que este ejemplo evidencia la importancia política que tiene la estética.
Pero, ¿Cómo puede aplicarse esto a nuestros días? ¿Cómo pueden hacerse compatibles estos principios con la sociedad moderna? La respuesta se encuentra en estas tres cosas, la palabra, el arte y la ciencia.
La palabra porque evoluciona y es relativa siempre al lugar y al momento. Sin ir más lejos vivimos en una sociedad donde los conceptos cruzan desgraciadamente lo abstracto e inteligible. Lo genético y natural puede ser sustituido por una emoción o percepción.
El arte porque desde el momento de su nacimiento ha sido un reflejo de nuestras ideas, de nuestros sentimientos, de nuestros pesares y anhelos, recoge también todas nuestras críticas inspirándose en las contradicciones y represalias de la vida, el arte, por malo que sea, siempre será un espejo de lo que nos sucede, como la columna de Trajano, el beso de Klimt, o los fusilamientos del 3 de mayo.
Finalmente la ciencia, pues nos da certeza y a su vez nos ofrece cierto grado de verdad natural, pero tal y como se aplique y con qué fines se persiga su avance, se demostraran las intenciones de las naciones.
Así pues, tras entender las palabras, el arte y la ciencia de tu momento, entenderás también la estética de tu momento. Al someter a este examen la idea de democracia vemos lo siguiente, su palabra cambia de sentido y utilidad según quien la pronuncie, su arte es un péndulo entre adoración, esperpento y crítica, y su ciencia siempre ha estado al servicio de quienes han podido costearla.
En conclusión, después del amor romántico, la democracia es la mentira más decadente, cambiante y su propaganda está tan bien elaborada, que por mucho que mute, jamás cumplirá sus principios universales.