El árbol de los dementes
Corría el año 1500 y un lugareño cercano a una aldea descansaba, posado, mano en cinto, bajo la sombra de un robusto árbol. Entonces, lo que parecía un espectro se le acercó y dijo:
—¡Eh, tú! ¿Cómo osas profanar mi letargo con tu ceño?
—¿Por qué, tal vez esté muerto? —respondió el lugareño. Pero nuestro creyente y espectral amigo, indignado, repuso entre gritos:
—¡No! Eres tú el que está vivo.
Tras un breve silencio, levantose el hidalgo con espada en mano, dispuesto a dar solución a tal desencordada situación. Así, con aire heroico, dijo:
—¡Ya está, eureka, pues lo he encontrado! Rápido, desenvaina tu arma y simultáneamente nos ensartamos: el que quede vivo será el espíritu, pues en sí, ya tendría que haber muerto.
Tras el veloz ademán y tal acto estúpido, ambos humanos cayeron, pereciendo bajo la atenta mirada del árbol, quien entre risas, para sí mismo se dijo:
—Menos mal que yo al menos pienso, luego existo.